jueves, 21 de julio de 2011

La cata florentina

Nunca se sabe si se podrá volver. Pero se dejan cosas para la próxima vez. Dos días en Florencia dan sólo para una brevísima cata, para un aspirar la belleza, para un quedarse con la miel en los labios.

Según el coche va ascendiendo en dirección a la Residencia Michael Angelo, en el Oltrarno, mis ojos buscan desesperadamente el sky line de Florencia, estoy emocionada. Veo de refilón, entre los árboles, las cúpulas, las torres. Doy brinquitos de alegría, la alegría de llegar a una ciudad soñada y aplazada en las ocasiones precisas para llegar a ésta, para que fuera con él.

Dice Tito que el Ponte Vecchio es muchísimo más pequeño de lo que esperaba, a mí sus vetanitas al río me parecen extraordinariamente hermosas, amarilleando y sacándole destellos al paisaje.


Una cuesta empinada me recuerda la gravedad que potencia el peso de mi culo para llegar hasta la plaza de Miguel Ángel. Tito me enseña a subir en zig-zag (reminiscencias de sus ancestros, de los magos del campo). Hace muchísimo calor y aún así logro convecerle para subir un poco más, hasta la iglesia de San Miniato al Monte. Dentro del templo las luces están apagadas así que hay poco que ver pero se agradece el frescor.

Bajamos, disfrutando del paseo, bajamos hasta el Arno, el puente y el bullicio se mezclan con la emoción, con la ligera decepción de encontrar brillantes escaparates luciendo joyas en lugar de perfumistas y alquimistas como el terrible genio Jean-Baptiste Grenouille que nos permitieran seguir soñando con cosas intangibles. 

martes, 5 de julio de 2011

Siena, ¿de qué color es la tierra? 21/06/2011

 Il Campo, la plaza salpicada de gente por los suelos, al amor de la sombra.


Si permaneces en silencio, se escucha el brío de las pezuñas salvajes de los caballos en el Palio.










El color siena, color tierra trepando por las casas, arañando la ropa tendida.





Demasiados coches para no interrumpir la visión. Buscando el “paseo murrusko”, el que va por detrás y lleva a ningún lado, el que descubre la otra cara, la otra pinta de la ciudad. Camino paseo y la plaza del mercado ha perdido los puestos y ha ganado parking. Todo el mundo aparcando en la puerta de casa, el derecho al motor sobre todas las cosas, sobre cualquier mirada. Siena sería sin ellos más roja, más puerta abierta, más lobas por los rincones, más colinas, más nieta de Rómulo.
La luz de este atardecer terroso le favorece a Tito, me parece tan guapo al otro lado de la calle...



atravesamos los viñedos por caminos de tierra, el coche va dejando un manto de polvo tras nuestro paso. la toscana se vuelve agreste y los pueblos siguen encaramándose en la pericosa de toda colina. vamos rumbo a siena, pero antes hacemos una parada en un bello pueblo medieval, san quirico d'orcia. paseamos por sus calles empedradas surcadas por algunos parroquianos y algún que otro turista. inma me compra un sombrero de paja para combatir el calor que empieza a golpear sin contemplaciones. junto a la tienda, unos bomberos rodean a otro que se introduce a través de un agujero en medio de la calle. la escena resulta curiosa. seguimos adelante y en pocas horas nos encontramos a las puertas de siena, justamente, ya que el hotel está a un tiro de flecha de la porta romana. el palazzo di valli nos espera para que pasemos la noche. desde su jardín tenemos una hermosa vista de las murallas de la ciudad. son apenas la cuatro de la tarde y nos aventuramos hacia ella. dejamos el coche en el hotel y afrontamos la caminata bajo el calor que no mengua. al pasar las murallas y creernos inmersos en zona peatonal, cuál no es nuestra sorpresa al ver los coches dueños y amos de todas las calles. no hay aceras, así que no sabemos dónde subir para que no aplasten nuestras uñas de los pies. durante más de cuatro horas la pateamos de arriba abajo y de un lado a otro. subimos escalinatas, bajamos calles estrechas, observamos a los guiris y a los autóctonos, entramos a una catedral donte están esculpidos cienes de rostros de papas -todos con cara de malhechores-, que hacen que blasfeme bajito. el regreso al hotel es a trote lento y pausado. una ducha reconfortante nos abre el apetito. el personal del hotel -amable a más no poder-, nos recomienda un restaurante justo enfrente del mismo, el fòri porta. una camarera de rasgos etíopes nos agasaja. la cena nos sorprende y sobre todo admiramos su bodega, especializada en vinos de la zona, los denominados chianti. en este país se acostumbra a cenar temprano. somos los últimos en dejar el restaurante y el paseo de vuelta por el jardín del hotel cierra un día intenso.



viernes, 1 de julio de 2011

Las uvas de la calma, 20/06/2011

Una suavísima brisa levanta el aroma de la lavanda, una copa de brut y un libro a la caída del sol. Un poco antes, la piscina rodeada de viñedos, un paseo, el campo, las sombras de los cipreses, el espacio, el espacio amplio, la calma, el silencio. Las uvas esperan a septiembre. Falcon Crest sin Ángela Channing, las uvas sin la ira. Nosotros, como si todo fuese nuestro, como si nos hubiésemos ganado tanta paz. Todo esto en Acquaviva, en Villa Grazianella, con el vino nobile de Montepulciano.











en un principio tenía prevista esta escala en castiglione del lago, una localidad a orillas del gran lago situado entre arezzo y perugia, pero desistí al ver que se parecía más a una ciudad de playa que a un entorno de la toscana fílmica. afortunadamente el booking me llevó hasta esta hermosa villa situada en  una zona vinícola, plagada de suaves y onduladas colinas cubiertas de viñedos y de hermosas casas, algunas convertidas en bodegas y otras preparadas para el turismo agrario -como lo llaman allí-. sin duda alguna, esta inflexión en el viaje fue la de mayor paz y relax. perdidos y abandonados por voluntad propia en un inmenso mar verde, sin deseo alguno de que viniesen a rescatarnos. en montepulciano se realizó el sueño de sentir, de vivir, de embadurnarse de la toscana tal cual había sido preconcebido en nuestras mentes antes de llegar a ella. éramos parte de la postal. antes de llegar y cerca de arezzo, hicimos una parada para comer. se trataba de un restaurante atendido por personal descapacitado y con unas pizas de muerte: il rintocco.